martes, 27 de abril de 2010

El peligro del 2012



En una soleada mañana, a finales del verano de 1859, el astrónomo Richard Carrington se encontraba estudiando unas manchas solares, en su (bien equipado) observatorio privado. En ese momento, según su propio relato, sucedió un hecho sin precedentes: las manchas solares se convirtieron en una inmensa bola de fuego que sobresalía en la superficie del Sol. El astrónomo, consciente de que estaba asistiendo a un suceso realmente notable, corrió a buscar a un testigo. Por desgracia, cuando regresó al observatorio la mancha incandescente casi había desaparecido. Unos minutos después, un torbellino de plasma chocaba contra el campo magnético de la Tierra, lo que provocaría en los días sucesivos auroras boreales, que pudieron observarse en latitudes nunca vistas.
En España, el diario El Clamor Público comentaba este hecho en su edición del 6 de septiembre (puede consultarse online  aquí). Las auroras boreales eran tan intensas que se podía leer un libro de letra pequeña en plena noche. El temporal magnético duró unos cuantos días y cesó tan misteriosamente como había comenzado. En general, los efectos no fueron demasiado adversos excepto en un importante detalle: las líneas de telégrafo quedaron inutilizadas durante varios días.
¿Qué ocurriría si se repitiese este fenómeno hoy día? Según un estudio de la NASA, los efectos serían devastadores ya que, paradójicamente, el mundo que habitamos es muchísimo más sensible a este tipo de perturbaciones magnéticas. Tratemos de imaginarlo.
La cosa empezaría posiblemente un día de primavera o de otoño, digamos, cerca del anochecer. Las luces de las auroras boreales (o australes) nos dejarían maravillados y saldríamos a la calle a contemplarlas. De repente –ping- se va la luz. Improvisamos una cena a la luz de las velas, todavía encandilados con la belleza del meteoro.
A la mañana siguiente, el suministro eléctrico no se ha restablecido. Hay pocas noticias. La tele no funciona y la radio (de pilas) hace unos ruidos extraños. Por inercia nos empeñamos en ir a trabajar, lo que no resulta ser una buena idea: los semáforos están apagados y hay un atasco de narices. De todas maneras, sin luz, ni teléfono ni ordenadores, tampoco hay gran cosa que hacer.
Regresamos a nuestra casa (atasco de nuevo) y la situación empieza a resultar irritante. Los alimentos de la nevera y el congelador están empezando a estropearse. Y seguimos sin noticias. Las auroras boreales siguen ahí, pero ya no nos parecen tan bonitas. Se ven algunas columnas de humo negro en el horizonte; corren de rumores de que varios aviones se estrellaron la noche pasada. Nos las arreglamos para preparar la comida utilizando un aparato de camping-gas.
Al día siguiente, los nervios están a flor de piel. Para colmo de males, tampoco hay agua. Sin electricidad, las estaciones de bombeo no funcionan y cuando se acaban los depósitos locales no pueden rellenarse. No podemos ducharnos, ni lavar la ropa y…¿qué vamos a beber? Decidimos ir al centro de la ciudad a ver si nos enteramos de algo, pero el depósito del coche está casi vacío. Al llegar a la gasolinera nos llevamos otro disgusto: se les ha acabado el combustible y tampoco llegan los camiones cisterna.
¿Qué está pasando?
Para empezar, las partículas procedentes del Sol han inhabilitado temporalmente la radio y el GPS, provocando bastantes accidentes aéreos. Pero este no es –ni por asomo- lo más grave. La variación brusca del campo magnético de la Tierra tiene un curioso efecto: toda la red eléctrica se ha convertido en un gigantesco generador, lo que a su vez ha provocado la fusión del núcleo de los trasformadores. Esta avería es imposible de reparar, hay que cambiar el transformador. Pero aquí viene el verdadero problema: se ha fundido la mayoría de los trasformadores del planeta y sólo hay un pequeño número en reserva. Habrá que construir transformadores nuevos. Y aquí viene el segundo problema: es muy difícil hacer esto si no hay corriente eléctrica en ningún sitio. La luz no va a volver en bastante tiempo.
Cierto, los hospitales y algunos edificios importantes disponen de generadores eléctricos y pueden seguir operando (bajo mínimo) durante unas 72 horas. Pasado este tiempo ¡adiós medicina moderna! Tampoco es posible mantener el suministro de alimentos o medicinas en las grandes ciudades. Las personas dependientes de medicamentos (p.e. insulina) serán los primeros en tener un verdadero problema. Al cabo de tres días una marea individuos asustados y confundidos sale de las ciudades como una mancha de aceite en busca de bebida y comida.
Bien, el relato es clavado a una película de ciencia-ficción, pero ¿hasta qué punto se trata de un peligro real? Según el informe de la NASA, una tormenta magnética comparable al incidente Carrington tendría consecuencias terribles, dado que nos hemos vuelto muy, muy dependientes de algunas tecnologías, como la red eléctrica, la radio o el GPS. Paradójicamente, los efectos serían mucho peores en países desarrollados situados en latitudes altas y comparativamente leves en sitios como Sudán o Nueva Guinea.
Es cierto que no estamos preparados para un hecho así ¿Y cómo íbamos a estarlo? Es muy difícil que los gobiernos o las empresas estén dispuestos a gastar fuertes sumas para prevenir una catástrofe que no ha ocurrido jamás y que probablemente no ocurra en los próximos años. La buena noticia es que algunos estudios sugieren que fenómenos de la magnitud del Carrington suceden una vez cada 500 años, aunque esta estadística es muy poco fiable. Pero no se preocupen. Ni este año, ni el que viene está previsto que haya una gran actividad solar.

El próximo año con actividad solar intensa será el 2012.